Os presento el resumen de las ideas que a mí más me inquietaron (en el buen sentido) del programazo que hicimos tras dos días casi invernales rodando con el paleoantropólogo Juan Luis Arsuaga, el único de la temporada donde sólo tendremos un único cerebro (aquí podéis ver el capítulo entero). De nuevo, éstas son mis reflexiones, sería ideal escuchar las vuestras.
Bisontes en Burgos
Quizás porque ya había visitado antes Atapuerca, lo que más me impactó es encontrarme bisontes, caballos de Prewalski, tarpanes y toros parecidos a los ya extintos uros, en medio de la sierra de Burgos. Son animales traídos de diferentes partes de Europa hasta la reserva El Paleolítico Vivo, con tres objetivos principales:
- Mostrar cómo era el hábitat de nuestros antepasados de hace 40.000 años
- Conservar especies amenazadas, y que pasen de ser especies en vías de extinción a especies en vías de salvación
- Intentar, por medio de cruces –y quizás pronto de manipulación genética— recuperar especies ya extintas, como el uro europeo, que es el antepasado de los toros de lidia actuales.
Treinta minutos de programa dan para lo que dan, y esto es parte del interesantísimo material que quedó fuera en la sala de montaje, pero con las nuevas técnicas de edición genética no es descabellado secuenciar genomas de especies recién desaparecidas, y a partir del ADN de especies actuales emparentadas, hacer corta-pega genético para revivir rasgos de las ya extintas, como el uro o los mamuts. En Twitter puse una encuesta preguntando si estáis a favor o en contra, y, de los casi trescientos votos recibidos, el 56% estaba a favor y el 44% en contra.
Una cosa curiosa, que me recordó el debate cuando aparecieron las células madre embrionarias, en el que al principio los defensores debían argumentar por qué sí utilizarlas y al poco los detractores se sentían forzados a argumentar por qué no: los únicos que respondieron a la encuesta de Twitter con argumentos fueron los contrarios a la manipulación genética, como asumiendo que la reacción más lógica parece el optimista «¡Adelante!», Pero hay matices éticos y ecológicos a tener en cuenta. Yo estoy completamente de acuerdo en que es un tema a debatir y que —por lo menos con fondos públicos— los investigadores deben tener en cuenta la opinión de la sociedad a la hora de hacerlo o no. Algo parecido a lo que sucede con el debate de si merece la pena un viaje tripulado a Marte; por eso la NASA y los lobbies que la rodean invierten tanto dinero en «comunicación».
Disquisiciones aparte, os cuento que me impactó tanto que yo quería titular el capítulo directamente «Bisontes en Burgos». Al final optamos por el más genérico (y para mí, soso), «Una máquina del tiempo en Burgos».
Hasta la ciencia más básica es rentable
Antes de la visita nocturna al fabuloso Museo de la Evolución Humana (de verdad, id a Burgos y visitadlo si no lo habéis hecho ya), charlando con Juan Luis llegamos a una conclusión: la suma de Atapuerca, el museo, el Paleolítico Vivo,… está generando una especie de turismo paleontológico en la zona que, además de generar y difundir conocimiento, deja importantes beneficios económicos a la región. «Antes, la gente venía a Burgos, visitaba la catedral, comía, y se iba; ahora se quedan todo el fin de semana», decía Arsuaga, explicando que el museo ya está plenamente amortizado.
Yo defiendo que la pregunta que tanto incomoda a los investigadores, «¿Y esto para qué sirve?», es tremendamente válida y están obligados a responderla de manera argumentada y convincente. Por eso me encantó ver que una ciencia tan básica como la paleoantropología, además de generar conocimiento y contarnos «la historia más bella del mundo» (palabras de Juan Luis), si nos ponemos en modo pragmático también tiene un impacto económico directo en la sociedad burgalesa. De ninguna manera insinúo que este impacto es necesario para justificar las excavaciones; pero sí creo que son muy buenos argumentos para ir a los gobernantes y decirles: «¿Veis como hasta en vuestro lenguaje merece la pena todo esto?».
Un tesoro a cuatro metros y veinte años
El yacimiento de Atapuerca es espectacular, de los más importantes del mundo. Está compuesto por unas cuevas donde fueron viviendo, muriendo, quedando sepultadas en estratos y fosilizando diferentes especies de homínidos, que quedaron al descubierto cuando a principios del siglo XX abrieron una vía para que pasara el tren. Allí se ha identificado una nueva especie (Homo antecessor), recuperado el ADN humano más antiguo del mundo, el fósil humano más antiguo de Europa, encontrado la mayor concentración de heidelbergensis,… Lo que ves cuando estás ahí es una pared; una pared que corresponde al interior de la cueva cubierto de estratos, y que sabes seguro que está llena de fósiles valiosísimos. Pero los paleoantropólogos no la excavan con picos y palas sino con pinceles, a un ritmo de veinte centímetros por año.
La manera como descubrieron el Homo antecessor fue con un primer muestreo de la pared. Ahora saben en qué estrato seguramente hay muchos más restos valiosísimos, aunque a veinte centímetros por temporada quizás no los encontrarán hasta dentro de veinte años. ¡Pero el tesoro está ahí! ¡¡¡Frente a ti!!! Dan ganas de coger una pala y sacarlo a lo bruto. El propio Arsuaga se mostraba consternado al verlo tan cerca y pensar que posiblemente lo descubrirán otros…
Historia, prehistoria y el método científico
La ciencia no es una disciplina, es un método. A la academia le toca organizarse de alguna manera y por eso crea disciplinas de ciencias y letras, o facultades de química, matemáticas o sociología. Pero ni el mundo ni la naturaleza están segmentados de esta manera. Lo que tenemos a nuestro alrededor son seres vivos, ciudades, comida, ideas… y eso a veces se analiza de manera científica, otras se representa con arte, otras mediante la creación de historias, y de todo el conjunto de conocimientos y expresión emana algo que llamamos cultura. El conocimiento científico forma parte indisociable de toda esta cultura.
Fijémonos en la distinción entre historia y prehistoria. Desde que tenemos registros escritos los historiadores pueden analizar textos, interpretarlos en su contexto, y recrear cómo ha sido nuestro pasado más reciente. Como no hay experimentación aparente, se la considera una disciplina de letras. Pero hay muchos historiadores que evalúan hipótesis, contrastan textos y utilizan un cierto método empírico que perfectamente encaja dentro de una definición más amplia de ciencia: lo que marca si una actividad es científica o no es su método, no el nombre la disciplina.
Pero para saber cómo era el mundo mucho antes de tener textos escritos, sólo podemos recurrir a la ciencia. ¿Cómo podríamos saber que la tierra se formó hace 4.700 millones de años, que las cianobacterias oxigenaron la atmósfera, que un meteorito extinguió a los dinosaurios o que un diente encontrado en Siberia tiene ADN de un homínido diferente al que llamaron denisoviano? Encontrar un fósil puede dar lugar a muchas interpretaciones, todas válidas a priori, pero es trabajo de los científicos ir recopilando datos y comprobando empíricamente qué hipótesis parecen más ciertas que otras, hasta poder reconstruir con confiable veracidad cómo fue el pasado más remoto de nuestro planeta. Sin la ciencia, todo esto sería imposible de conocer: la ciencia nos descubre mundos ocultos a nuestros sentidos e incluso imaginación; es, en realidad, nuestra mayor fuente de conocimiento.
Somos seres hipersimbólicos
En el programa discutimos bastantes aspectos de la herencia genética que tenemos de nuestros ancestros, y que condiciona parte de nuestro comportamiento actual. Pero a mí el que más me dio que pensar fue cuando Juan Luis Arsuaga explicó que al Homo sapiens le tocó lidiar con condiciones tan duras que, para sobrevivir, necesitó crear grupos grandes que cooperaran entre sí a pesar de no estar emparentados por lazos familiares. Es decir, en otros primates y homínidos los clanes son más pequeños y cerrados, unidos por vía genética, pero los sapiens desarrollaron «sociedades» más grandes, unidas por vía cultural y que competían entre sí. Y, para distinguir quién formaba parte de un grupo, se empezaron a crear símbolos: una pluma, un tatuaje, un tipo de aro en la oreja, una bandera, un peinado, una camiseta del Barça… Arsuaga defiende que somos una especie obsesionada enfermizamente con los símbolos; que si vamos a Senegal y vemos un niño con una camiseta de nuestro equipo de repente se nos hace más cercano que un niño con la del equipo rival. Los símbolos cohesionan y excluyen. Un matiz: somos hipersimbólicos porque fue útil en un momento de nuestra historia evolutiva, pero que algo esté en nuestra naturaleza no significa que sea bueno (falacia naturalista) y por suerte tenemos una corteza prefrontal y una cultura que está —o debería estar— por encima de nuestra herencia primate.
En las pinturas rupestres no hay tachones
En el programa quedaron un montón de cosas fuera (de verdad, esto de los treinta minutos es un engorro), como por ejemplo el momento en que Juan Luis y yo pintábamos el perfil de nuestras manos en una pared soplando pigmentos a través de un huesecillo agujereado, como, gracias a restos arqueológicos y mediciones químicas, se sabe que hicieron los sapiens hace 37.000 años en la espectacular Cueva del Castillo en Cantabria. Ver esas manos, y unos signos extraños de hace 40.000 años (de los más antiguos conocidos), bien adentro de una peligrosa cueva a la que debían entrar con antorchas, es impactante. Y un detalle te deja cerebroabierto: en las pinturas rupestres de elefantes, bisontes, ciervos… ¡no había tachones! Todos estaban perfectamente dibujados. Eso indica que ensayaban sus «bocetos» fuera y allí sólo entraban a pintar los elegidos, como si la cueva fuera una catedral. Es sin duda el primer arte de la historia. Y es precioso.
El «no lo sé» y la humildad del científico
En la escena final del programa le pregunté a Juan Luis: «¿Qué debía pensar un homínido de hace 37.000 años cuando pintaba su mano en la pared de esta cueva?». Él respondió: «No lo sabemos. Nunca lo sabremos», y nos quedamos en silencio contemplativo. Una espectadora me dijo que le pareció un final flojo. Yo insistí en terminar el programa en ese momento, pues a pesar de ser Arsuaga uno de los mayores expertos del mundo, y saber que cualquier cosa que dijera colaría, dio la respuesta propia de los buenos científicos cuando no tienen datos que hacen a una hipótesis más factible que otra: no lo sabemos. Para mí, un gran final.
Un anécdota: cuando Arsuaga estaba explicando la evolución de los homínidos, en una sala del museo donde hay recreaciones de todos ellos desde los australopitecos, medio en broma medio en serio le dije: «Juan Luis, tendrías que explicarlo desnudo como ellos, tú representando al Homo sapiens». ¡Pues se quedó dudando! Y diciendo: «Claro, claro…»; si insistimos un poco más, lo hace 😉