Yo he sido un ladrón de cerebros desde siempre, y en un sentido bastante amplio. Cuando hace años me planteé empezar a escribir sobre ciencia, asumí que no tenía ni idea de cómo hacerlo y me puse a analizar obras de grandes divulgadores y leer sus reflexiones sobre cómo escribir al gran público. Uno de los textos que cayó en mis manos fue el pequeño ensayo “How I Write” del matemático-filósofo-Nobel en Literatura Bertrand Russell.
Leyéndolo anoté consejos como “intentar encontrar la manera más corta de decir algo sin ambigüedad, dispuesto a sacrificar cualquier pretensión de excelencia estética” (palabras de premio Nobel de Literatura), utilizar frases cortas, intercalar datos interesantes en medio del texto que como píldoras de sorpresa vayan manteniendo la atención del lector, revisar por si hay errores pero no modificar la estructura del texto, evitar a toda costa contradicciones… y ya hacia final… “I suggest to young professors that their first work should be written in a jargon only to be understood by the erudite few” (sugiero a los profesores jóvenes que su primer trabajo esté escrito en una jerga comprensible sólo para pocos eruditos). Russell lo justificaba diciendo que “With that behind them, they can ever after say what they have to say in a language ‘understanded of the people’” (después de esto ya podrán decir que escriben en un lenguaje comprensible para la gente).
El mensaje de fondo era que si un principiante escribía muy sencillito corría el riesgo de ser menospreciado por facilón. Mientras que si empezaba con algo bien sólido y difícil, a pesar de llegar a menos lectores podría aparentar sabiduría y ganar un reconocimiento que le serviría a posteriori. Yo recuerdo reflexionar si eso aplicaría al primer capítulo de un libro divulgativo: si empiezas a escribir sobre un tema del que no eres experto, ¿es bueno empezar duro como “demostrando que sí sabes”? No me lo planteé cuando escribí El ladrón de cerebros, pero sí cuando debía empezar S=EX2.
A mi nadie me veía como un experto en “la ciencia del sexo”. ¿Qué debía hacer? Podía empezar con una selección de curiosidades morbosas que sin duda despertaban gran interés, pero imaginaba lectores juzgar de primeras el libro como “tontín” o pensar “Bah; esto no es nuevo ni tiene nada de ciencia. Qué sabrá este”. La otra posibilidad era empezar hablando directamente de hormonas, conductos müllerianos, artículos peer reviewed y experimentos con ratas de laboratorio, pretendiendo ganar el respeto de los entendidos y generar un “eh; que esto va en serio y sé de lo que hablo”, pero a costa de que algunos lectores pudieran pensar “sabrás de lo que hablas, pero casi dejo el libro y voy a leer a otro más ameno y aplicado”.
Al final me decanté por lo segundo. Y no fue fácil. No creo que el primer capítulo de S=EX2 sea de los mejores, y esto contradice una máxima de la divulgación en la que creo plenamente: Lo mejor al principio y cuanto más directo posible. Al final decidí seguir el consejo de Bertrand Russell, pero también porque recordé cómo en mi etapa de REDES a los televidentes les encantaban los programas de ciencia dura. “REDES me habla tratándome de inteligente” decía un mail recibido, contradiciendo ese dogma en la divulgación de escribir muy sencillito y clarito, cuyo exceso a mi siempre me ha parecido una payasada propia de buenos maestros pero malos divulgadores. Yo no escribo para niños de 8 años, ni quiero tratar a un adulto como tal.
El primer y segundo capítulo de S=EX2 son más sesudos y contienen más ciencia que cualquiera de los últimos. ¿Acierto o error? Creo que lo primero, pero confieso no estar del todo convencido. El tiempo y vuestras opiniones lo dirán, pero al menos que la integridad no falte. Si en un libro escribes que la ciencia es más interesante que el sexo, o eres consecuente con ello, o lo borras. Yo lo mantengo.