Hace unos años el experto en economía conductual (behavioral economics) y profesor de Harvard Sendhil Mullainathan me decía que en su pueblo de India, cuando un niño tiene diarreas, lo primero que hacen muchas madres es dejar de darle agua.
Claro: no beber les parece lo más lógico para detener la expulsión de líquidos.
Mullainathan también me decía que cuando les explicaban que debían hacer lo contrario, darles agua para evitar la deshidratación, por muy bien que se lo explicaran, pocas hacían caso. Los razonamientos “coherentes” no conseguían hacerlas cambiar de opinión.
Para Mullainathan eso era un problema habitual en las acciones de ayuda al mundo en desarrollo, cuando se impulsaban con una lógica occidental que no tomaba en cuenta las creencias preestablecidas, carga cultural y emociones de la gente local.
Y yo creo que algo parecido nos ocurre con la manera como algunos comunicadores científicos afrontamos ciertos debates.
La publicidad utiliza las herramientas de la economía conductual para hacernos comprar lo que no necesitamos; el asesor del banco, para convencernos de que nuestra mejor opción es la que en realidad más le conviene a su empresa; los buenos políticos, para conectar con nuestra mente emocional; Mullainathan, para investigar cuál es la mejor manera de incentivar cambios de comportamiento y políticas más eficientes en los proyectos de ayuda al desarrollo; y quizás los divulgadores deberíamos tomar nota y aprender de estas estrategias.
Si una madre india no atiende a razones lógicas para frenar la diarrea de su hijo, imagínate a los occidentales que —como dice este artículo en The Guardian que me ha sugerido estas líneas— “no nos gusta que nos digan lo que tenemos que hacer”.
El principal mensaje del artículo, en el que estoy bastante de acuerdo, es que en debates sobre el cambio climático, la homeopatía o las vacunas la comunicación científica con tono adoctrinador no es efectiva, pues genera un cierto rechazo visceral. Los afines a nuestro pensamiento nos dan palmaditas en la espalda y muchos likes y retweets, pero —como también señala el análisis de The Guardian— provoca un tribalismo que en realidad no es eficiente a la hora de cambiar el pensamiento de las personas. Y es que —añado yo—, para cambiar el pensamiento primero debemos cambiar la emoción. Así es como funciona nuestra mente, como demuestran Kahneman, Damasio, Ariely, Mullainathan y tropecientos más.
El artículo también opina que en un debate la gente sólo te escucha si también se siente escuchada. Éste es un aspecto que toco tangencialmente en El ladrón de cerebros. Comer cerezas con los ojos cerrados, cuando defiendo un cierto método socrático, más basado en escuchar y cuestionar que en exponer, a la hora de afrontar ciertos debates. Tiendo a pensar que a un convencido de la astrología se le generan más dudas haciéndole preguntas puñeteras que con argumentos que él descartará de manera inmediata.
Como hacemos divulgación acientífica y no medimos el impacto de nuestras acciones, no sé si tengo razón o no, ni tenemos datos para comparar qué estrategias son más eficientes, y como el resto de colegas divulgadores me baso en una intuición basada en acumulación de experiencias y el ensayo y error. Pero, como el articulista de The Guardian, también veo una tendencia aleccionadora en cierta divulgación científica que no me gusta, con un tono para mí demasiado agresivo y soberbio, que en ocasiones quizás puede alejar a la gente en lugar de acercarla.
En lo que discrepo del artículo es en que este escepticismo confrontacional no sea útil. Sí lo es, y mucho. Quizás no tanto cuando se dirige de manera directa al público general, pero sí puede hacer dudar a indecisos, es un contrapunto necesario y, sobre todo, nos motiva y da herramientas muy valiosas al resto de comunicadores para adaptar los mensajes y estrategias al público al que nos dirijamos. El artículo de The Guardian olvida este importante aspecto y concluye que esta divulgación más brava no logra cambiar mentes fuera de la tribu. Yo creo que, al menos indirectamente, segurísimo que sí.
Hola Pere,
yo tambien lei este articulo de The Guardian y tambien algun otro que ha aparecido en ese medio al respecto. Me parece que es un tema que la gente que divulga (incluso los que lo hacemos solo en casa o entre los amigos y conocidos) tiene que plantearse.
Esta es una batalla que tenemos que ganar y hay varios frentes: cambio climatico, vacunas, creacionismo, etc. Pero no se pueden ganar la batallas por separado. A corto plazo esta tactica de convencer a gente en esto y en aquello puede tener exito pero a largo plazo la estrategia a seguir es que las nuevas generaciones tengan un espiritu cientifico: ser criticos, saber evaluar y pensar.
Mientras luchamos por ganar las pequeñas batallas aqui y alla no perdamos de vista la estrategia a largo plazo.
Un saludo y gracias por el buen trabajo!